EXPLOTAR A MUJERES A TRAVÉS DE SUS ÚTEROS por K.H
K.H.
La primera vez que llegó a mí una noticia sobre una mujer víctima de la explotación reproductiva en Ucrania, me impactó tanto que inmediatamente tuve que buscar “madre gestante” -su traducción a ucraniano- en Google. En ese momento no era consciente de que estaba comenzando a tirarde un largo hilo repleto de violencia extrema hacia las mujeres y sus hijas.
En las siguientes líneas me gustaría ponerles nombre a las protagonistas de estas historias distópicas, para entenderlas por lo que son: mujeres, no cifras. Y, así, abrir una brecha, por pequeña que sea, en ese negocio al que llaman gestación subrogada. Una pequeña brecha a la utopía: un mundo donde mujeres y niñas no sean víctimas de la explotación reproductiva.
Pero a pesar de querer nombrarlas a todas, en ocasiones me resulta imposible. Una de tantas, es el caso de los bebés sin nombres. Soy consciente de que esta afirmación parece sacada de una historia ficticia, pero, lamentablemente, son tantas las veces en que la realidad, desconocida a nuestros ojos, supera la ficción, que cualquier novela fantástica quedaría a años luz de lo que ocurre realmente, amparado por leyes, en los países en los que vivimos. Recuerdo el caso que se dio hace algo más de dos años, una mujer llamaba a emergencias informando que un bebé había fallecido en su casa. Era la cuidadora de un bebé que no estaba registrado, inexistente para el sistema, un innombrado. ¿Por qué? Sencillo, su padre no había venido a recogerlo a Ucrania.
Al no ser ya rentable esta criatura, es desoladoramente posible que su salud hubiese sido en gran parte descuidada y desatendida. El bebé tenía problemas respiratorios y falleció por sofocación. Pero, más desalentador e innaudito resulta que el padre de intención y la agencia de gestación subrogada no han sido investigados. ¿Quién va a hacer justicia por la muerte del pequeño innombrado si el propio sistema encargado de proteger sus garantías y derechos humanos le da la espalda?
A unos kilometros de distancia, en otro lugar de Ucrania, una madre dio aluz a dos gemelos prematuros, a las 25 semanas de embarazo. Bridget comienza sus andanzas en este mundo; su hermano no cuenta con la misma suerte, fallece en el parto. La pequeña Bridget, de 870 g, aún sin consciencia, se convertiría en la protagonista de una historia que narra lo peor y lo mejor de la humanidad. Sus padres intencionales, al ser informados de las pocas posibilidades de salir adelante de la bebé, decidieron no ir a registrar a la niña, pidieron que la desconectaran y la dejaron abandonada. Otra innombrada, apátrida, en un hospital ucraniano. Al cabo de un año, los padres regresaron a Ucrania por un nuevo programa de gestación subrogada. Nacieron dos gemelos sanos. Nadie nunca les pidió responsabilidad por Bridget.
Una de las enfermeras, Marina Boyko, empezó a preocuparse por la niña, a darle cariño, cierta estabilidad con sus visitas, y se ha mantenido a su lado hasta el día de hoy, cuando Bridget tiene ya 5 años. Gracias a Marina y a un programa de la televisión australiana que dio a conocer su caso, la niña recibe fisioterapia y se ha estado trabajando para que obtenga la nacionalidad ucraniana. Bridget ha avanzado muchísimo, llegando a sostenerse sobre sus dos piernas. Si hay suerte, la pequeña podrá ser adoptada en breve. En caso contrario, pasará a la edad de 6 años a una residencia de por vida.
Seguimos tirando de este imperceptible, pero gran hilo de injusticias y llegamos a Olga. Olga ha luchado recientemente contra una agencia por las consecuencias derivadas de un aborto espontáneo con intervención médica. La clínica de gestación subrogada se desentendió completamente de ella. Consecuencia de esto, Olga sufrió una infección grave y tuvo que gastarse todo su dinero en pruebas médicas. Finalmente, mediante una ONG, un ginecólogo se ofreció para atenderla sin coste alguno.
El abandono que recibe Olga de una agencia que debiera preocuparse por su salud y bienestar nos recuerda al caso de Irina, si bien, con un final mucho más escalofriante y aterrador que hace querer preguntarse: ¿Qué falla? ¿Tan poco importan, realmente, las vidas de estas mujeres? ¿Estamos ante un sistema que vende vidas a coste de otras? ¿Por qué se permite vender vidas? ¿Por qué sigue pasando esto? ¿Por qué siempre se tiene que pagar con sangre de mujer las exigencias de una sociedad enferma a su tuétano?
Irina fue encontrada desangrada en una casa de huéspedes en un pueblo de Ucrania. Junto a ella, un recién nacido muerto. La autopsia reveló que había dos cordones umbilicales. Del segundo bebé nunca se supo nada. Sus allegados indicaron que creían que Irina estaba gestando para otros.
Es increíble como las clinicas de gestación subrogada ucranianas ofrecen partos en todas las partes del mundo, eludiendo las normativas y pasando, sigilosas, ante los ordenamientos jurídicos que prohiben este tipo de actos, como courre en España. Este fue el caso de Oksana, que parió a un niño en Polonia, aterrorizada y con mucho dolor, para unos clientes europeos. Ni tan siquiera conocía el idioma, ni nadie parecía estar realmente preocupado por ella. Regresó a Ucrania justo antes de la pandemia. Algunas de sus compañeras fueron acusadas de abandonar al bebé durante la época de Covid en el extranjero, ya que fueron trasladadas a Ucrania antes de que los padres intencionales llegaran, y se enfrentan a diferentes penas.
Resulta curioso, ¿verdad? Como estas mujeres son revictimizadas, teniendo que enfrentarse a diferentes penas, cuando las cifras de madres gestantes y recien nacidos muertos asciende cada día, sin que, por supuesto, exista ningún tipo de responsabilidad por parte de los padres intencionales ni de las agencias.
Esta es sólo una pequeña, numéricmaente insignificante lista, pero hay muchos más nombres. El hilo no deja de salir por mucho que estires, no tiene final. Una víctima tras otra, y nadie, ni en Ucrania ni en Europa, se ha planteado nunca acabar con este negocio. Sólo la presión internacional tras los escándalos ha hecho que Ucrania se propusiera modificar la ley, propuesta que ha sido escondida tras una cortina de humo y que, en realidad, nunca se ha llevado a cabo.
Hace tan solo unos meses la historia de Bridget serepetía. En este caso era una niña prematura a la que el hospital ha llamado como a su madre, Natalka. Natalka nació enferma, y sus padres intencionales, de nacionalidad china, decidieron no ir a por ella. Si Natalka no consigue salir en los medios internacionales, si nadie se preocupa por su historia, tendrá un destino aún más difícil. Se desconoce cuántos niños hay en esas condiciones, pero por las declaraciones de la oficina del defensor del menor, se sospecha que la cifra es bastante elevada.
Estos casos no son mala praxis, ni casos aislados. Son posibles porque el contrato de gestación subrogada vulnera los derechos de las mujeres y sus hijos. Desprotege a los bebés, naciendo apátridas y legalmente huérfanos. Vulnera especialmente a las mujeres, a las que tratan como medios, imponiéndoles toques de queda, confinamientos forzados, multas por no seguir las dietas, prohibiciones para viajar, tener sexo, o incluso darse el tinte. Mujeres a las que obligan a abortar llegado el caso, o a las que prohíben hacerlo si lo solicita. A las que dejan abandonadas cuando ya no son rentables o a las que trasladan a conveniencia del negocio.
Y entre todo este hilo interminable, hay que buscar soluciones. Actuar. Buscar una pequeña oportunidad para abrir una brecha a favor de esas mujeres y sus hijas e hijos.
Desde España podemos compartir, ser altavoz de esas mujeres, contar sus historias. Concienciar. Pedir al Gobierno que informe, que luche y se posicione contra esta práctica, legal y formalmente. Que actúe contra las agencias que operan en España, que desaconseje por todos sus medios que los españoles vayan a Ucrania.
Y cuando Ucrania quiera establecer nuevas relaciones con la Unión Europea, unirnos a las compañeras francesas, italianas, alemanas…y apoyar a las mujeres ucranianas. Gritar bien fuerte, todas juntas, contra esa barbarie.