LA EDUCACIÓN, UN DERECHO FUNDAMENTAL
AMINA CHABEH
Cuando pensamos en educación, nos imaginamos la occidental, donde unos educadores formados en la materia te preparan para que puedas tener la enseñanza que te mereces. La cual, es un derecho reconocido desde 1924 en la Declaración de Ginebra, donde se recoge los derechos de niños y niñas a desarrollar su moral, tanto física como mental, y a una educación digna y completa.
La propulsora de todo esto fue Eglanteyne Jebb, fundadora de Save the children, la cual se dio cuenta de que los mayores afectados después de las guerras eran los niños, que se quedaban huérfanos y tenían que vivir en la calle en situaciones de pobreza extrema. Ella redactó los derechos básicos de los niños y las niñas y los presentó en la sede de Ginebra, haciendo un gran hincapié en que se trataba de un gran problema social que debía arreglarse desde las más altas esferas. Así, los derechos de los infantes a tener una vida digna proporcionarían mejores adultos para el día de mañana, adultos con una educación básica que les permitirá mostrarse más fuertes ante las adversidades. Una educación que muchos damos por sentado, mientras que otros tantos solo pueden soñar con ella.
Aunque la educación, a todo el mundo y de igual manera, es un derecho reconocido a nivel global que debe garantizarse, esto nunca ha sido así y se puede apreciar en el caso de las temporeras. Todas estas mujeres fueron niñas que vieron sus derechos vulnerados, derechos fundamentales de la infancia, y se vieron obligadas a crecer sin ellos.
La falta de educación no solo afecta en la infancia, sino se arrastra a lo largo de toda la vida. Pues, deriva en una capacidad limitada para entender o comprender información tanto política, como social o sexual, entre otras muchas.
Toda esta falta de conocimiento fundamental puede comportar ingresos más bajos, ya que los trabajos son más precarios. Lo que acarrea una calidad de vida inferior y un nivel socioeconómico por debajo de la media. Esto lleva a una gran desigualdad social por la pobreza sufrida.
Una desigualdad que muchas empresas aprovechan para dar condiciones de trabajo infrahumanas, pues, en muchos casos, las personas contratadas son analfabetas y no pueden ni comprender el contrato que están firmando y por tanto, no puede llegar a entender cuáles son las condiciones en las que va a tener que trabajar y si son idóneas para ella.
Esto es uno de los problemas por los que pasan muchas temporeras de la recogida de fresas en Huelva. A las cuales, se les da un contrato en un idioma que no es el suyo, francés, y no se les proporciona un intérprete para que pueda explicarles las condiciones de trabajo que van a tener. Tan conscientes son estas empresas de los derechos que les vulneran que, ni siquiera, les dejan quedarse con la copia del contrato por si ellas quisieran ir a preguntar a alguien de qué trata exactamente este acuerdo, vulnerando, así, otro derecho de las mismas, en este caso laboral.
En el supuesto de que las empleadas no tengan la capacidad para entender o saber leer un contrato, es una obligación por parte de la empresa proporcionar a alguien que lo haga por ellas, para que sean conscientes de los términos y condiciones bajo los que van a trabajar, y si éstos son los más favorables para su situación.
Tal es así, que estos tratos que se les están dando a estas mujeres, les causan un grave perjuicio, haciendo que su desigualdad sea mayor, aprovechándose de su desconocimiento.
De igual forma, la poca o nula educación conlleva un desconocimiento por la falta de comprensión de aquello relacionado con temas de salud, haciendo que sus visitas médicas sean más complicadas, ya que muchas no saben exactamente qué tienen o, simplemente, no pueden ejercitar dicho derecho a la salud porque sus ingresos no se lo permiten.
Esto nos lleva a que muchas de estas mujeres desconozcan las enfermedades sexuales o los métodos anticonceptivos fiables. Lo que da lugar a una tasa de natalidad más alta entre la población más vulnerable. Esto desemboca en el desamparo y exclusión social pues, debido a la poca o nula educación que han recibido, es más complicado estar al corriente de los temas de actualidad y poder comprenderlos dada la falta de conocimientos básicos que se les han negado desde un principio. Esto da lugar a mujeres con una autoestima más baja, haciendo que su sensación de vulnerabilidad, la cual es real, sea mayor y les haga sentirse inferiores a los demás. Todo esto nos traslada a que sean el eslabón más frágil de la pirámide, las más indefensas y, por tanto, las que tienen más probabilidad de ser engañadas y explotadas por gente con mayor conocimiento que las van a usar a su antojo por su desconocimiento de cosas tan básicas como son los derechos humanos que tenemos cada uno de nosotros.
Como podemos apreciar, la teoría psicológica de la pirámide de Maslow, en donde se dividen los diferentes grupos de necesites para llegar a la realización, nos explica que para sentirnos completos y seguros tenemos que pasar por diferentes escalones hasta subir esta pirámide.
Empieza con las necesidades fisiológicas, las cuales son las más básicas para el ser humano, así: comer, descansar o simplemente respirar. A estas, les sigue el escalón de la seguridad, donde se desarrollan los requisitos imprescindibles para que el individuo se sienta seguro: una seguridad física, una moral, una familia, una buena salud y un trabajo. A este escalón, le siguen tres grados más, el de la afiliación, el de reconocimiento y la autorrealización.
Si seguimos esta teoría, podemos observar que las freseras marroquíes carecen, incluso, de los eslabones primarios. Esto es, el de las necesidades fisiológicas, ya que muchas de ellas sufren una pobreza tan extrema que no pueden ni alimentarse ni alimentar a sus hijos, y, el escalón de la seguridad, en el cuál no tienen ninguno de los requisitos imprescindibles cubiertos, así: no posen trabajo, sus familias están en riesgo, su moral está destrozada y por consiguiente lo está su salud, tanto física como mental.
¿Qué pasará con esta nueva generación de hijos de mujeres con derechos vulnerados? Lo más seguro es que la pobreza les haga heredar el mismo destino que sus progenitores. Ellos se ven directamente afectados porque la mayoría de estos padres no pueden hacerse cargo de los gastos que conlleva estudiar durante tantos años, llevando a estos niños y niñas a verse obligados a trabajar, explotados y sin derechos, desde edades muy tempranas.
Todo esto nos lleva a repetir la misma historia. La historia de los hijos de las freseras marroquíes que, siendo menores, verán sus derechos básicos como niños y niñas vulnerados de nuevo, al igual que lo estuvieron los de sus madres. La historia a la que serán sometidos estos menores, la del la situación de riesgo constante, hará que se perpetúe la falta de educación y su fragilidad sociocultural.