La violencia simbólica, la Filosofía y los hijos sanos del Patriarcado por ESTHER PEDROCHE
Cuando hablamos de la violencia machista tendemos a imaginarnos ojos morados, bofetones o cualquier tipo de violencia física, pero la violencia física siempre es la última en aparecer y, a veces, nunca llega a darse (lo que no significa que no exista violencia machista). La violencia simbólica es la violencia sobre la que se asientan el resto de manifestaciones violentas hacia las mujeres: violencia psicológica, violencia física, violencia económica, violencia vicaria…
¿Qué es la violencia simbólica? Podríamos definirla de muchas formas, pero todas esas definiciones nos llevarían al mismo sitio: la invisibilización de las mujeres de la cultura, la equiparación de lo femenino al mal o la minusvaloración de lo que las mujeres hemos aportado a la historia de la humanidad. Todas las demás manifestaciones de la violencia machista existen porque antes hubo un caldo de cultivo que justificó la misoginia y el desprecio hacia las mujeres, es decir, porque existió alguna forma de violencia simbólica. Todas las culturas conocidas, todas, son patriarcales y se sustentan sobre este desprecio hacia las mujeres que ejemplifica la violencia simbólica de la que hoy quiero hablar. No hay fobia más milenaria y más normalizada que la misoginia: el desprecio a todo lo que tenga que ver con las mujeres y el desprecio a las mujeres mismas considerándolas seres inferiores, esto es, infraseres.
Andamos ahora las feministas reivindicando la importancia de lo material y hasta de lo corporal. No quiero yo restar hoy importancia al sexo, al cuerpo, a las condiciones materiales de vida que soportamos las mujeres (la pobreza sigue teniendo rostro de mujer miremos donde miremos). No obstante, el ser humano es un ser simbólico y, por esta razón, quiero hacer hincapié en lo crucial que es lo simbólico y la expulsión de las mujeres de este ámbito, porque quizá así se entienda que los hijos sanos del patriarcado no son enfermos, no han perdido el raciocinio, sino que el desarrollo de la historia del pensamiento ha estado ligado a la misoginia. Por esta razón, se ha normalizado durante siglos lo que no es normal, por más habitual que haya sido y sea en todas las culturas conocidas hasta hoy.
La Historia de la Filosofía, plagada de varones, es un claro ejemplo de esta violencia simbólica, de esta misoginia que está en la base de la cultura occidental (y de todas las culturas conocidas, por desgracia). Montse Díaz Pedroche, profesora de Filosofía de secundaria, muestra en sus clases y charlas esta misoginia a través de citas de los filósofos más reconocidos. Este recorrido empieza con Hesíodo (poeta griego del siglo VIII a.C.) y termina con Karl G. Jung (psicólogo del siglo XX), acompañados de los grandes pensadores de la Filosofía occidental que estudiamos en las aulas de secundaria.
● “[De Pandora] proviene toda la raza de las mujeres, la mortal raza femenina y la tribu de esposas que viven con hombres mortales y los ofenden. Las mujeres son malas para los hombres y conspiran en el error” (Hesíodo, siglo VIII a. C).
● “Hay un principio bueno, que ha creado el orden, la luz y el hombre, y un principio malo, que ha creado el caos, las tinieblas y la mujer” (Pitágoras, siglo VI a.C.).
● “Hay que considerar la naturaleza femenina como un defecto natural … Entre los bárbaros, la mujer y el esclavo ocupan el mismo rango. La causa de esto es que carecen del elemento gobernante por naturaleza".(Aristóteles, siglo IV a.C.).
● "La mujer no es más que el hombre imperfecto" (Averroes, siglo XII).
● "Como individuo, la mujer es un ser endeble y defectuoso" (Sto. Tomás de Aquino, siglo XIII).
● “Dios creó a Adán dueño y señor de todas las criaturas, pero Eva lo estropeó todo”. (Lutero, siglos XV-XVI).
● "Toda la educación de las mujeres ha de hacer referencia a los hombres. Complacerlos, serles útiles, hacerse querer y honrar por ellos, educarlos de jóvenes, entenderlos de adultos, aconsejarlos, consolarlos, hacerles la vida agradable y dulce; estos son los deberes de las mujeres en todas las épocas y lo que se les ha de enseñar desde su infancia". (Rousseau, siglo XVIII).
● “Tomadas en su conjunto, las mujeres son y serán las nulidades más cabales e incurables". (Schopenhauer, siglo XIX).
● "La felicidad del hombre es: yo quiero. La felicidad de la mujer es: él quiere." (Nietzsche, siglo XIX).
● “El fuerte de la mujer no es saber sino sentir. Saber las cosas es tener conceptos y definiciones, y esto es obra del varón”. (Ortega y Gasset, siglo XX).
● “Al seguir una vocación masculina, estudiar y trabajar como un hombre, la mujer hace algo que no corresponde del todo con su naturaleza femenina, sino que es perjudicial”. (Karl G. Jung, siglo XX).
Si esta es la concepción de las mujeres que han tenido las mentes más brillantes e influyentes del mundo occidental, imaginen qué pensaban de las mujeres los varones no tan brillantes y tan influyentes. Así las cosas, ¿cómo no entender que la violencia hacia las mujeres se haya normalizado? ¿Cómo no comprender que la misoginia esté interiorizada en todas nosotras y en todos nosotros y haya que hacer un sobreesfuerzo para racionalizarla, analizarla y criticarla? Todos estos pensadores son grandes símbolos de lo que se ha considerado relevante y, por ello, se cree necesario transmitir su pensamiento a las generaciones futuras. Generaciones, por tanto, que vuelven a interiorizar la misoginia. ¿Defiendo yo acaso que haya que desterrar la enseñanza de la filosofía de la secundaria? Evidentemente no, pero sí introducir dentro de los temarios de filosofía una reflexión sobre el sesgo androcéntrico que iguala el universal masculino con el universal humano y que desprecia el talento de las mujeres, renunciando así al talento de la mitad de la humanidad.
En este sentido, quiero señalar que los currículos de secundaria siguen ignorando a las mujeres. Ni una sola mujer entra en el temario de la EvAU de Castilla La Mancha en la materia de Historia de la Filosofía y tengo entendido que esto ocurre también en el temario de Lengua Castellana y Literatura. Ana López Navajas demostró ya en 2015 que la presencia de las mujeres en los manuales de la ESO alcanza el ridículo 7.6 %, 109 manuales examinados de todas las materias de 1º a 4º de la ESO ofrecieron estos datos. Si estos datos no nos hacen saltar todas las alarmas es que nos hemos vuelto incapaces de observar la realidad. Porque la ausencia de mujeres en los currículos tiene muchas implicaciones para el desarrollo de nuestras jóvenes y nuestros jóvenes. Las niñas crecen sin referentes en los que fijarse y es bien sabido que lo que no se puede imaginar no puede llegarse a realizar. Aparte de que falseamos la historia que contamos porque el desarrollo de la humanidad se ha debido al esfuerzo de mujeres y hombres, a pesar de que la historia oficial quiera venderse como el resultado de la conquista de los varones. Ya dijo Margaret Mead que la civilización comenzó cuando un fémur se fracturó y fue posible que sanara gracias a los cuidados de quienes fueron capaces de alimentar y dejar reposar a la persona con el hueso roto. Los cuidados, algo que siempre se ha infravalorado y que se ha asignado a las mujeres, explican el inicio de la civilización, vaya por dónde. Ni las guerras, ni las conquistas, ni las invasiones explican el avance de la civilización y sí el ser capaces de cuidarnos y dejarnos cuidar, el ser capaces de vincularnos más allá de la pura individualidad.
En este sentido, cuando me pidieron que diera una charla sobre el aprendizaje de la violencia machista en los contextos educativos me plateé la siguiente pregunta: ¿Cómo se aprende la violencia en la escuela? Pues con la primera y principal: con la violencia simbólica. La exclusión de las mujeres de la cultura se sigue transmitiendo con total normalidad, el sesgo androcéntrico del currículo escolar es el pan nuestro de cada día. Se sigue transmitiendo que las mujeres no hemos aportado nada importante a la historia de la humanidad y, por tanto, las niñas siguen careciendo de modelos vitales donde poderse ver reflejadas y a partir de los cuales poderse proyectar. Se habla mucho en todos los ámbitos (político, académico, social…) de igualdad, pero esto sigue sin traducirse en hechos. Es evidente que la realidad es bastante desalentadora. Yo, desde luego, he perdido la esperanza de impartir alguna materia específicamente feminista antes de jubilarme (para lo que aún me quedan más de 12 años), aunque llevo 24 años trabajando el Feminismo en el aula porque así lo dice la ley. Cosa que también me ha costado insinuaciones veladas de “adoctrinamiento”. Tiene gracia que educar en la igualdad sea tildado de “adoctrinar” pero transmitir el androcentrismo y la misoginia sea visto como neutralidad valorativa.
Últimamente hay quien cree que soluciona este desprecio y borrado de las mujeres en los currículos haciendo apéndices al final de los libros de texto sobre la historia de las mujeres. Pero estos apéndices siguen siendo un parche, que además, vuelve a incidir en la idea de que las mujeres no han aportado nada relevante a la historia de la humanidad. Si acaso, aportaron algo anecdótico, exótico y extraordinario que merece recogerse aparte, en un apéndice, como si el desarrollo del espíritu humano hubiera sido el desarrollo del espíritu de los varones y las mujeres solo lo hubieran complementado o aderezado (reforzando de nuevo, el mito del amor romántico y de la media naranja y cayendo, otra vez, en la idea misógina de las mujeres como seres subalternos o infraseres que solo tienen la finalidad de “adornar” el mundo importante, el de los varones).
¿Por qué ha de considerarse más relevante la filosofía de Sartre que la de Beauvoir? ¿Desde qué canon objetivo se puede defender la mayor importancia del primero respecto de la segunda? ¿No será, de nuevo, el sesgo androcéntrico el único que explique que Sartre venga recogido dentro de los manuales de Historia de la Filosofía y Beauvoir siga apareciendo en los márgenes de los mismos y señalando siempre la relación personal de los dos como si esta hubiera sido la clave para que Beauvoir escribiera y publicara libros?
¿Puede entenderse la Revolución Francesa ignorando la aportación de Olimpia de Gouges? ¿Puede entenderse la reflexión teórica sobre la fundamentación de los Derechos Humanos sin hacer alusión a la Convención de Séneca Falls? ¿Puede acaso explicarse la aportación a la física teórica del señor Einstein sin la contribución de la señora Marić (conocida después como Mileva Einstein)? ¿Cómo entender la generación del 27 sin hacer referencia a las Sin Sombrero (otra vez las idénticas que no iguales, englobadas en un nombre grupal, borrando la individualidad de cada una de ellas).
Decía el profesor y filósofo Emilio Lledó que han de enseñarnos a mirar y que sin lenguaje ni educación no somos capaces de ver nada. A las mujeres se nos ha negado la educación, se nos ha negado la palabra y se nos ha invisibilizado bajo el falso masculino genérico. Además, se nos sigue desplazando de los contenidos que hemos de interiorizar para poder desarrollar nuestra humanidad y seguimos creciendo asumiendo que la aportación a la cultura de las mujeres es algo anecdótico, exótico, puntual. Es imposible así construir un mundo que aspire a la igualdad, base de la Justicia, que debería ser la meta de toda sociedad y todo sistema educativo. Es necesario, imprescindible y de Justicia que el Feminismo sea valorado como lo que es: una teoría filosófica, ética y política, con más de tres siglos de elaboración teórica y de praxis que ha incidido en el cambio del mundo y que apuesta por seguir cambiándolo, porque solo un mundo donde la mitad de la humanidad también esté incluida en él, será un mundo justo. Si, como dice Amelia Valcárcel, “el feminismo es el hijo no querido de la Ilustración”, la educación feminista o coeducación es la hija favorita del feminismo, una hija que hace años se hizo mayor de edad y que exige entrar ya en todas las aulas de secundaria de nuestro país. Empecemos, al menos, por incluir mujeres en los temarios, también en los de Filosofía. ¡Qué menos estando en pleno siglo XXI!